Una nota. Eso había en el
baúl. “Nada interesante”, pensé. La leí en voz alta:
-“La puerta dorada abrirás y
el misterio que se esconde resolverás. Una recompensa al final obtendrás.
Pronto, ya verás.”
-¡Ah! ¡Tanto esfuerzo al santo
botón!- se quejó Nahuel.
-Debe ser una broma de tu
primo- dijo Paula.
-Esa no es su letra- respondí.
-¿Estás segura? Tiene que ser
del porque de quién más pue…..
-Ya son las doce- interrumpió
Ismael.
-¿Y?- pregunté.
-Es la hora del almuerzo.
Todos miraron a Ismael con
miradas acuchillantes.
-Bueno, yo decía nada más,
perdón. Me puedo aguantar un rato más sin comer.
-Tiene razón, además, a esta
hora acordamos estar abajo y presentar lo que habíamos anotado en las libretas-
intervino Rodrigo, que había estado muy callado y pensativo hasta el momento.
-De acuerdo, vamos a ver qué
encontramos. ¿Ismael?- pregunté. No obtuve respuesta.
-¡Ismael!- grité.
-¡Ah! ¿Qué?- respondió.
-¿Qué encontraron ustedes?
-Encontramos una navaja
manchada, un sobre vacío, y una cajita que no pudimos abrir. La tiene Rodrigo-
dijo señalándolo.
-A ver- dije-, nosotras
encontramos este baúl y… animales disecados.
-¡Qué demás! ¿Qué animales?
-Ratones y esas cosas,
animales feos- intervino Emelina.
Se sintió un ruido fuerte,
como un rugido.
-Perdón- dijo Ismael- es que
tengo mucha hambre.
-Bueno, vamos a comer, después
quiero ver la caja que encontraron ¿ok?
-Dale.