En el mundo en que vivimos la verdadera
amistad no es frecuente.
Muchas personas egoístas olvidan que la
felicidad está en el amor desinteresado que brindamos a los
demás.
Esta historia se refiere a dos amigos
verdaderos. Todo lo que era de uno era también del otro; se
apreciaban, se respetaban y vivían en perfecta armonía.
Una noche, uno de los amigos despertó
sobresaltado. Saltó de la cama, se vistió apresuradamente
y se dirigió a la casa del otro.
Al llegar, golpeó ruidosamente y todos se
despertaron. Los criados le abrieron la puerta, asustados, y
él entró en la residencia.
El dueño de la casa, que lo esperaba con
una bolsa de dinero en una mano y su espada en la otra, le
dijo:
-Amigo mío: sé que no eres hombre de salir
corriendo en plena noche sin ningún motivo. Si viniste a mi
casa es porque algo grave te sucede. Si perdiste dinero en
el juego, aquí tienes, tómalo...
...Y si tuviste un altercado y necesitas
ayuda para enfrentar a los que te persiguen, juntos
pelearemos. Ya sabes que puedes contar conmigo para todo.
El visitante respondió:
-Mucho agradezco tus generosos ofrecimientos, pero no estoy aquí por ninguno de esos motivos...
-Mucho agradezco tus generosos ofrecimientos, pero no estoy aquí por ninguno de esos motivos...
...Estaba durmiendo tranquilamente cuando soñé
que estabas intranquilo y triste, que la angustia te
dominaba y que me necesitabas a tu lado...
...La pesadilla me preocupó y por eso vine
a tu casa a estas horas. No podía estar seguro de que te
encontrabas bien y tuve que comprobarlo por mí mismo.
Así actúa un verdadero amigo. No espera
que su compañero acuda a él sino que, cuando supone que
algo le sucede, corre a ofrecerle su ayuda.
La amistad es eso: estar atento a las
necesidades del otro y tratar de ayudar a solucionarlas, ser
leal y generoso y compartir no sólo las alegrías sino
también los pesares.
JEAN DE LA FONTAINE
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